Han pasado ya nueve desde el fatídico día…o desde el afortunado, depende de cómo se mire. Y aunque muchas veces no hago caso a mi jefe -que es más mi compañero-, esta vez sí lo haré y relataré para mí, para mis hijos, para mis nietos, si los tengo,  para mis amigos o para el que quiera leer algo distinto a un viaje clásico, un “seudoviaje interior” que comienza en el kilómetro 78 de la N-10 entre Burdeos y Angoulema el día 4 de julio de 2012…

Alguien me dijo que mis "alas" eran mi autocaravana y que me había quedado sin ellas. Afirmación trágicamente real. Por eso ese título. Luego, EvaV, de las muchas que nos arroparon con su cariño y calor, añadió que esas alas crecerían igual que las colas de las lagartijas y cuando empezó a ver que iba recuperando la ilusión añadió que ya se podían ver los plumones de las nuevas alas.

Como siempre, toda la preparación de cualquier viaje lleva una gran cantidad de trabajo que se hace con mucha ilusión. Este año nuestro destino era Noruega, la zona o región al sur de Bergen que incluía como punto central la subida al Preikestolen y un paseo por el fiordo de la luz. Entre la ida  y la vuelta, una visita a Dinamarca. En la ida un recorrido de sur a norte hasta llegar a Hirshall donde tomaríamos un ferry hasta Kristiansand y en la vuelta, regreso y parada en Oslo para luego dedicar unos días a Copenhague y otras localidades que nos encontráramos en nuestro regreso hacia el sur. Veinticuatro esperanzadores días, muchos de ellos transcurridos entre idílicos paisajes si se acercaban algo a los vividos en el verano del 2007, nuestro gran viaje hacia el sol de media noche.

Y llegó el ansiado día de la partida. Todo a punto. Estas pocas  palabras, tan solo tres, contienen mucho trabajo, mucha planificación, muchas horas, mucha ilusión y también este año en especial, mucha esperanza. Y es que había sido un año especialmente duro: mi lesión de menisco, operación y recuperación; la intervención de Angel y el ingreso de mi madre. Pero sobre todo Angel. Su recuperación no fue la esperada y desde el principio manifestó muchos problemas, extraños y a los que ningún especialista consultado sabía responder y el abanico abarcaba desde varios médicos generalistas, hasta anestesistas -en plural-, neurólogo, neurocirujano y traumatólogo. Yo mantenía que el mayor peso de sus dolencias estaba en su estado emocional y que lo que pudiera tener tenía más un origen psicológico que físico, o si el origen era meramente físico, su estado anímico lo multiplicaba. Pero todo eran especulaciones porque nadie se arriesgaba, ni se arriesga a afirmar algo así. Unicamente que las pruebas practicadas no explicaban la sintomatología que presentaba. La puntilla de todo este “rosario” de dolencias la pudimos encontrar si un afamado y reconocido neurocirujano nos hubiera dicho que tenía que operarse de las cervicales, pero afortunadamente su consejo no fue  ese. Debíamos esperar nuevas pruebas y la evolución en seis meses.

Yo estaba esperanzada en que el viaje fuera borrando y dejando atrás todo lo pasado y las posibles causas de sus maless, pero el destino nos gastó una mala pasada y decidió no perdonarme el mismo error que he cometido un millón de veces en todos los años en que llevo conduciendo y en los cientos de miles de kilómetros que he hecho.

Partimos
El mismo día de la partida le comenté a una compañera que tenía un “nudo en el estómago”. Que siempre, cualquier gran viaje generaba en mí ese tipo de sensaciones ambivalentes: la ilusión y la alegría, pero también la preocupación por todos los kilómetros que teníamos por delante y por el “qué me ocurrirá esta vez que no he previsto”.
 
Pusimos rumbo al area de Labenne, cerca de la de Ondres, en la costa atlántica francesa, muy agradable al estar en medio de un robledal y sobre suelo herboso. Tres o cuatro autocaravanas estaban dispersas. La temperatura, estupenda, lejos de la primera vez que la conocimos, dos años atrás. Nos instalamos y salimos con nuestra compañera peluda a estirar las “patitas” de todos. Una ardilla descarada llamó la atención de Tula alertando su siempre atento instinto cazador, por lo que tuvo que huir rauda tronco arriba.

Descansamos leyendo y respirando la tranquilidad del sitio y después de cenar nos fuimos a dormir.

Una luminosa mañana nos despertó temprano y alrededor de las 7,30 dejamos el area para retomar nuestro viaje, no sin antes parar a comprar unos deliciosos cruasanes que degustamos en un area de descanso en la N-10.

Ocurrió
A las 9,30 continuamos nuestro viaje. Dejamos atrás Burdeos. Conducía yo. Todo transcurría con normalidad: primer día de vacaciones, la carretera iba muy tranquila, y aunque el cielo estaba gris, no llovía. Tranquilidad. Durante uno o quizás dos segundos me distraje mirando algo en el interior de la autocaravana. Cuando volví a mirar la carretera estaba sobre el arcén. Las dos ruedas de la izquierda  pisaban asfalto, pero las dos de la derecha iban sobre un “patatar”. Me asusté y cometí el segundo error fatal: intentando recuperar la autovía di un volantazo brusco a la izquierda.

Perdí el control. A partir de aquí todo se sucedió rápido y en pocos segundos. Retengo muchas imágenes en mi retina que parecen prologar esos segundos a una eternidad y tan frescas como si hubieran sucedido ayer. Vi como me dirigí en diagonal hacia la mediana para después golpearnos contra ella e inmediatamente volcar sobre el lado derecho. Entre el ruido y el golpe seco, saltaron los airbag a los que vi hincharse como un gran globo azul en medio de polvo para después quedarse desinflados. Nos arrastramos sobre el lado derecho hasta la cuneta. De pronto todo se calmó y apareció el silencio. Tuve una extraña sensación de irrealidad, de que estaba sumergida en un terrible sueño que no comprendía. Solo sabía instintivamente que debíamos salir de allí.

Nuestras primeras preguntas fueron “¿estás bien?” y nuestras respuestas, afortunadamente, afirmativas. Luego  Angel dijo “¡Tula!”, volvimos nuestras cabezas hacia atrás y la vimos de pie. ¡También estaba bien!. Ni siquiera “procesamos” el caos interior. Esto llegaría después. Ahora teníamos que quitarnos los cinturones. Cuando solté el mío caí un poco pero me mantuve de pie. La puerta de salida estaba sobre nuestras cabezas. Era imposible llegar a ella y mucho menos, abrirla. (Luego nuestro hijo nos dijo que en esos casos se dá una patada al parabrisas y se sale por allí).Teníamos que esperar ayuda exterior. Angel dijo:”¡¿es que no viene nadie?!” . Fueron unos silenciosos y angustiosos segundos pero inmediatamente comenzamos a oir voces en el exterior y pudimos contemplar sus caras asustadas que se relajaron en cuanto nos vieron.

Una vez en casa reflexioné sobre esto. Es curioso el anonimato que nos envuelve a todos. Cada uno circula en el interior de su cubículo, aislado del resto del mundo y en nuestro anonimato no parece importarnos nada  de lo que ocurra en el exterior. Y como una situación extrema nos devuelve ese sentimiento solidario y altruista de pertenencia al grupo, que aun no hemos debido perder

Después, ruido en el exterior hasta que alguien abrió la puerta y nos tendió la mano para salir. Lo primero que dije es: “¡Tula!”, me acerqué a ella, la desaté y se la di a la persona que estaba en el exterior. Luego, poniendo un pié en el respaldo del asiento del coopiloto, salí yo. Estaba encaramada sobre la puerta izquierda y tuve que saltar luego al suelo. Yo no tuve dificultad, pero Angel, al intentar dar su mano para salir, sintió un fuerte dolor en el hombro derecho por lo que comentó que no le era posible. La persona que nos ayudó –afortunada casualidad de la vida- fue un camionero español, gallego para más señas, Javier, que rápidamente le respondió a Angel que debía salir porque podía explotar. Oir nuestra propia lengua fue como un sedante, aunque no lo suficientemente potente como para no sentir el poder del caos...

Desde estas líneas, nuestro agradecimiento más profundo a este joven camionero que, yendo en sentido contrario al nuestro e interrumpiendo su trabajo, paró su camión, cruzó la autovía, nos sacó de la autocaravana, regresó a su vehículo a por un móvil para llamar a nuestra compañía -Allianz-, nos dejó su teléfono y sobre todo, nos brindó todo su cariño y calor en unos momentos realmente duros. Su presencia, sus palabras, su templanza, su decisión y su  calidez en estos primeros instantes fueron para nosotros una bendición. De regreso en nuestra casa, se ofreció a recogernos cualquier cosa que necesitáramos de la autocarava ya que ellos pasaban regularmente por allí, y dos meses después volvió a interesarse por nosotros y entre otras, cosas nos comentó que habiendo sido testigo directo de todo el accidente, podíamos celebrar "dos cumpleaños" . Javier fue este día, en esos primeros instantes, nuestro "Angel" particular. Que la vida le sonria...

Volví la vista y ví la autocaravana volcada, la claraboya abierta, nuestros efectos desperdigados por la carretera, ropa, fruta…, un líquido blanco goteando por la puerta de atrás (supuse que briks de leche reventados). En el centro de esta desolación que yo misma había originado, mi rebeldía y espíritu de lucha había sido borrado de un cruel plumazo y me sentí fugazmente derrotada.  Angel fue atendido por dos enfermeras que se encontraron atrapadas también en la retención que formamos y le tumbaron en la carretera. Me dijo que cerrara el gas, lo que hice abriendo la puerta posterior como pude.

Había dejado la  autocaravana con lo “puesto”. Todos los teléfonos de asistencia estaban en mi móvil que se había quedado dentro. No podíamos acceder al interior, ni sabía donde podía estar.  Javier, uno de esos ángeles que circulan por las carreteras y al que le estaremos eternamente agradecidos, me preguntó cual era nuestra compañía y volvió a su camión, que supimos después que estaba en sentido contrario, para llamar a información y solicitar el teléfono de Allianz a quien comunicó el suceso. Nos anotó el punto kilométrico donde estábamos que creo recordar que era el 78 y pico de la N-10, de Burdeos a Angoulema y nos dijo que tenía que continuar el viaje ya que se encontraba en sentido contrario, no sin antes facilitarnos su número de teléfono móvil por lo que pudiéramos necesitar. Desde estas líneas nuestro agradecimiento por tendernos su mano firme para devolvernos al mundo y atendernos con cariño en unos momentos en que la confusión y la emoción reinaban sobre la razón. Cuando, una vez en casa, le llamamos para agradecerle su ayuda, nos dijo que volvería a pasar por allí en días y si queríamos algo no habría problema en recogerlo.

Llegaron los bomberos. Vi que uno se dirigía con unas tijeras enormes, que más parecían cizallas, hacia el motor de la autocaravana. Luego accedieron al interior, me dieron mi bolso y a mi petición, intentaron encontrar el teléfono movil. Les ayudé “llamándome” con el de Angel hasta que consiguieron encontrarlo.

También acudió la policía. Consiguieron preguntarme a través de uno de ellos que hablaba algo de inglés  qué había ocurrido, si me había dormido y traté de decirles que me había distraído un segundo. Unos días después encontré un periódico local que describía el accidente y pude comprobar que me entendieron. Me hicieron la prueba de alcoholemia que por supuesto fue negativa. http://www.charentelibre.fr/2012/07/04/un-camping-car-sur-le-toit-engendre-des-bouchons-sur-la-rn-10,1103889.php

 Tengo imágenes fugaces de todo: Angel echado en la carretera pero tranquilo; Tula, a quien conseguí atar con una chaqueta a la palanca de la claraboya; nuestra autocaravana tirada  y rodeada de  restos de todo tipo en el centro de un caos como si se hubiera librado una batalla. Y mucha gente que iba y venía. Por su vestuario deduje que pertenecían a varios grupos.

Me llevaron a un vehículo de auxilio, creo que  de los bomberos por su color rojo, me tumbaron en una camilla, me tomaron la tensión y me midieron el índice de saturación, para decirme  después que iba a ser traslada junto a mi marido, a un hospital.¡Eso no podía ser! Yo estaba bien y tenía….¡maldita manera de ser!...que controlarlo todo. No podía dejarlo todo así. Angel tumbado en la cuneta, mis cosas desperdigadas y mezcladas de forma caótica, mi perra asustada y sola, mi autocaravana volcada y rendida…¡no!. ¡Tenía que seguir allí!  Me entregaron un papel que debía firmar, en perfecto francés, y que, según mi “intérprete improvisado”, decía que si me ocurría algo les exculpaba de responsabilidad. Trataron de explicarme que debería acudir al hospital y yo les contesté que cuando estuviera todo medianamente arreglado y “controlado por mí”  y fuera a ver mi marido, pediría que me revisaran.

Salí del vehículo y seguí siendo testigo  y protagonista obligada de ese caos. A Angel lo introdujeron en la ambulancia y se lo llevaron. Como si el día quisiera acompañarme en mi tristeza, comenzaron a caer unas enormes gotas de lluvia. Un joven policía me llevó a su vehículo. Allí le puso a Tula un llavero que tenía la torre Eifel y me anotó en un cuaderno a qué hospital llevaban a Angel y a donde iría la autocaravana, o lo que quedaba de ella. En un segundo la vi de pie, pero lejos estaba de recuperar su forma orgullosa y la contemplé, ahí erguida pero derrotada, como yo. Las lágrimas se agolparon en mis ojos…la policía intentó consolarme diciéndome que mi marido estaba bien y yo también, y que eso era lo importante. Aún no sé como consiguieron levantarla porque no vi grúa alguna.

En un segundo eché un vistazo a mi alrededor y pude observar un grupo de empleados que se afanaban en recogerlo todo: trozos de la autocaravana, efectos personales que me iban entregando (monedas, libros, ropa…) y otro que reparaba la mediana de la autovía. Tan solo unos minutos después la autocaravana estaba sobre la grúa y a mi me indicaban que subiera con los empleados.

En estos momentos es como si todo el mundo decidiera por ti, y creo que por fortuna. Nos íbamos. Atrás quedó todo y la nada, el principio de lo que no debió ocurrir, el pago de un error de tan solo un segundo, el fin de una ilusión, y quizás de un sueño, y sobre todo, allí quedaron “mis alas” , rotas, destrozadas...

Abandonamos el "lugar"
 Nos dirigimos hacia Angoulema. Llegamos a una glorieta donde pararon y me dieron un papel a la firma indicándome la dirección a donde llevaban la autocaravana y después me señalaron el hospital que estaba a escasos 100 m.

Bajé con Tula. Allí me encontraba, sola, desorientada, desamparada. Pero no había tiempo para la autocompasión  y me dirigí a urgencias. Al llegar no sabía  qué hacer. El nerviosismo y la confusión se apoderaron de mí. No era capaz de pensar racionalmente y no había nadie que me pudiera guiar, decidir por mí  o razonar. Estaba sola. Llevaba a Tula y con ella no podía pasar, lo sabía, pero el instinto y la irracionalidad se adueñó de la situación y entré en la recepción donde la realidad se impuso cruelmente. Intenté explicarles que era la mujer del paciente que había sufrido un accidente. Fríamente me respondió que él no hablaba español ni inglés y que si yo no hablaba francés,…se encogió de hombros y continuo con su trabajo.

Los minutos o segundos que siguieron a esto no les recuerdo con claridad, únicamente que dejé a Tula con un señor que esperaba fuera y entré sin más preámbulos, ni permisos, ni cortesías de ningún tipo, a ver a Angel. Y allí le encontré, tumbado en una de las dos camas que había. Me tranquilicé y me olvidé de que yo debería ser revisada. Un médico muy joven estaba con él y en inglés y con un traductor del google nos explicó que tenía una luxación de hombro y que el traumatólogo aconsejaba operar en 24 o 48 horas. Teníamos que decidir si queríamos que fuera allí o en España. Angel me dijo que le explicara al médico que tenía un fuerte dolor en la parte derecha del abdomen  y cuando se lo conté, lo llevaron a hacer una radiografía. Yo salí a la calle donde encontré a Tula esperando con el amable y comprensivo francés a quien se la había “endosado” descaradamente. Volví a pasar alguna que otra vez más pero ahora la  dejé atada a una papelera. Pobrecilla, sin saber qué había pasado, ni qué pasaba ahora, pero haciendo gala de ese sentido especial que a veces observamos en nuestras mascotas, su espíritu revelde se había visto vencido por su aparente dolicidad y allí estaba, quieta, asustada.

A las 14,45 dieron el alta a Angel quien dejó el hospital con el brazo derecho en “cabestrillo”  ya que decidimos que la operación se llevara a cabo en España. El hospital, público, nos pedía el abono de un porcentaje de la  factura total. Realizamos varias llamadas, a Jorge García, de Broker-Segur para solicitar información y a Allianz para pedir un taxi y que nos informara del seguimiento de nuestro siniestro.   Comprobé  con preocupación que con mi teléfono no podía hacer llamadas, lo que me había ocurrido la noche anterior teniendo que hacer manualmente el cambio de operador. Ahora ocurría  lo mismo, pero cuando hacía el cambio manual, únicamente me permitía hacer una llamada ya que automáticamente aparecía el anterior que no me daba cobertura. Al teléfono de Angel –exactamente igual al mío- afortunadamente no le pasaba ésto, pero para "facilitar las cosas", la batería se estaba agotando. Los problemas no venían solos. Dependíamos de este teléfono para TODO.

Comenzó nuestra desesperante espera. El tiempo pasaba y no venía taxi alguno y la batería se agotaba con cada llamada. También podían cerrarnos el lugar a donde habían llevado nuestra autocaravana y estábamos con lo puesto.

Una hora y cuarto después sin llegar taxi alguno solicité en la recepción de urgencias del  hospital uno que pagaría de mi bolsillo. Había cambiado el turno y la persona que había sí que hablaba algo de inglés, además de ser amable.

Media hora después apareció y,  cosas que ocurren, era el de la aseguradora.  ¡Por fin! Había tardado  casi dos horas, pero a partir de ahora todo, con algún más que menos, iría rodado. Así nos informaron de que nos llevarían a un hotel y que mañana, porque en el día de hoy ya no daba tiempo, nos enviarían a casa en el vuelo regular de Iberia de Burdeos a Madrid que partía a las 18,30. El transporte de Tula se sumó a nuestras preocupaciones. No queríamos ni pensar en que se pudiera perder. Tula no era una maleta, Tula era nuestra amiga y nuestra compañera de viaje. Pero en coche no podía ser ya que ni disponían de coches ni lo recomendaba el médico.

El tom-tom del taxista no localizaba la dirección. ¡Como se pueden complicar las cosas más sencillas!. Una vez allí, en una campa en medio de la nada,  le dijimos que nos tendría que esperar a que recogiéramos algunas cosas para llevarnos al hotel. Una negativa fue su respuesta para luego decir que sólo un rato. Habíamos dado el taxista más “cuadriculado” de la ciudad. Yo no quise perder tiempo en discutir y rápidamente entré en….lo que quedaba de nuestra autocaravana y le dejé a Angel que se entendiera con él.

Unicamente se podía acceder por la puerta del conductor. Su interior era un auténtico caos y el espectáculo era absolutamente desolador: se habían abierto todas las puertas de los armarios que se habían vaciado y todo estaba desparramado y mezclado por el suelo. Las puertas del baño y del armario se habían soltado, al igual que la mesa, y a todo esto había que sumar los restos –plásticos, trozos de chapa, etc.- que los servicios de emergencia habían metido.

Así que tuve que empezar por hacerme sitio para poder moverme. Establecí rápidamente prioridades, la primera, vaciar el frigorífico, que en nuestro primer día estaba lleno. Así repartimos comida entre los operarios del almacén. Creo que les “apañamos” para unos cuantos días, ya que entre otras cosas se fueron un par tortillas de patata, rollos de carne,  media docena de melones…y otras viandas. Luego comencé a recoger lo que consideraba mas imprescindible: los cargadores de los móviles, algo de comida para nosotros, aunque no teníamos ni pizca de hambre, medicamentos, comida para Tula, documentación, productos de aseo y algo de ropa, que introdujimos en una par de mochilas y otras bolsas improvisadas, entre ellas,  las de las sillas de camping. Extraño equipaje…y difícil de catalogar a la hora de facturarlo.

En esto tardamos casi hora y media. Volvimos a ponernos en contacto con Allianz para que el taxista nos llevara a comprar una transportín  para nuestra amiga peluda, pero nos dijeron que eso no lo abonaban, así que, a través de una empleada del depósito que hablaba algo de inglés, le pedimos que nos llevara a comprar lo que necesitábamos y que ya le abonaríamos a parte el importe de esa “carrera”. Recibimos entonces la llamada de nuestro hijo mayor David. Me notó algo “nerviosa”. No quisimos decir nada hasta no encontrarnos instalados en el hotel y con todo perfilado para resolverse.

Muy “cuadriculado” nuestro taxista francés, nos llevó al hotel, puso de nuevo el taxímetro a “cero” y se dirigió a una tienda a las afueras de Angoulema. Durante el trayecto recibió una llamada  en la que informaron de que este viaje también  se incluía. Estupendo. Precio del transportín: 85 euros, como si nos piden 200….no podíamos hacer otra cosa.

Al hotel de nuevo y a descargar nuestro peculiar equipaje. Lugar céntrico y agradable, pequeño y sencillo, donde la recepcionista hablaba español. Recibimos alguna llamada más de Allianz intentando cerrar nuestra repatriación y arreglar el transporte de Tula.

Cuando nos encontrábamos relativamente tranquilos decidimos llamar a los chicos, que habían notado algo extraño en su anterior llamada. ¡Y menuda bronca me cayó a mí!, con toda la razón. David, enfermero y con especialidad en urgencias y emergencias, estaba perplejo y preocupado por que no hubiera acudido a que me hicieran un reconocimiento. Me dijo que podría tener o haber tenido una hemorragia interna,  y sin ningún aviso, caer fulminada. Se enfadó conmigo y con los servicios de emergencia franceses y nos dijo que nos observáramos cuidadosamente y que si nos sentíamos mareados o muy cansados acudiéramos al hospital inmediatamente. Como el hotel disponía de wi-fi, unos minutos más tarde nos conectamos con cámara a través del messenger. Yo me empeñé en enseñarle las únicas marcas del accidente: una quemadura en el antebrazo izquierdo producida, como pude saber después, por el airbag, y algún que otro hematoma. Pero él gritaba que no le preocupaba lo que se podía ver, si no lo que no se veía.

Nos dimos un baño y comimos algo, por comer.  También decidimos enviar un breve e-mail a nuestros amigos Jose Luis (Obelix) y Yolanda con quien habíamos acordado intentar vernos en Noruega, nosotros cuando llegáramos y ellos cuando salieran. Nos fuimos a descansar, o al menos, intentarlo. Cuando cerraba los ojos, una y otra vez veía las imágenes del accidente: la pérdida de control  y como me acercaba a la mediana sin poder hacer nada, el golpe seco del choque, los airbag, el polvo, el vuelvo….el silencio. El caos…

Una y otra vez me había dicho “y si, y si, y si…” “y si no hubiera retirado la vista de la carretera, y si hubiera mantenido las manos firmes en el volante, y si….” Pero tenía que asimilar todo lo que había ocurrido, todo lo que había perdido y sumarlo a mi culpabilidad y lo que faltaba aún por asumir. Atrás había quedado unas más que necesitadas vacaciones y todo el trabajo y la ilusión que lleva, y allí dejábamos también nuestra autocaravana, mi otra casa.  Pero, como me decía Angel: estábamos VIVOS y la habitación del hotel no se parecía en nada a un hospital. Yo creo que él fue más consciente que yo de lo que podía habernos pasado, más consciente de que podríamos haber perdido la vida, los dos, uno de los dos, o la peluda o haber quedado malparados. El veía lo que no nos había pasado y yo lo que habíamos perdido en tan solo uno o dos segundos…un precio demasiado caro. Tenía ganas de llorar, como las había tenido desde que salimos del hospital, pero no podía, y eso me habría liberado.

Regresamos
La mañana era lluviosa. Tomamos un ligero desayuno en el pequeño restaurante del hotel y nos dirigimos a buscar la bolsa de viaje bajo una persistente capa de agua. Menos mal que había cogido un paraguas que aunque pequeño resultó muy útil, y un chubasquero, pero Tula no tenía nada para protegerse. Fuimos en busca de una tienda de “chinos” que fuimos incapaces de encontrar. Parecía que hasta aquí no habían llegado…aún. Al final encontramos una bolsa similar a las de carrefour pero en un color plata chillón, grande pero cuyo precio nos pareció aceptable para un solo uso. La compramos. Creo que el dependiente debió de llamar a toda la familia para decirles que había vendido, por fin, lo que parecía invendible.

A las 13 horas nos recogería un taxi para llevarnos al aeropuerto de Burdeos, donde a las 17,00 horas deberíamos recoger nuestros billetes en el mostrador de iberia para volar a Madrid. El transporte de la peluda quedaba pendiente, aunque arreglado, pero nos daban la opción de pagarlo a través del taxista, lo que sería más complicado, o adelantarlo  nosotros para que nos lo reintegraran después.  Por ser más sencillo elegimos esta segunda opción.

Decidimos no cargar a la compañía aseguradora con el pago de un día más de estancia por no dejar la habitación antes de las 12 y después de preparar nuestros “bultos” nos quedamos a la espera en la recepción del hotel. Casi con puntualidad británica apareció nuestro taxi. Guardamos nuestro extraño “equipaje” y nos dio una mantita para Tula que agradeció, ya que la pusimos en medio de los dos y pudo hacer el viaje muy tranquila.

Y pasamos por el lugar donde 27 horas antes había comenzado todo. Tan solo los postes nuevos de color amarillo que sustentaban la mediana y que habían sustituido a los otros de color zinc, marcaban el lugar del impacto. Las lágrimas se agolparon en mis ojos y el apretón de mi mano que me dio Angel me calmó un poco.

Un poco después de las 14,00 horas llegamos al aeropuerto y buscamos el mostrador de iberia, cerrado a esas horas.Comimos algo y esperamos hasta que apareció la persona que lo atendía que, para nuestra sorpresa, no hablaba español. Nos facilitó los billetes y abonamos el de Tula.

Un poco después se abrió la facturación. Pusimos algo de ropa nuestra en el interior del transportin y metimos a Tula dentro. Cuando llegó nuestro turno pregunté si, dado que Tula pesaba 7 kg, podía viajar en la cabina con nosotros a lo que, para nuestra sorpresa nos respondió afirmativamente. Sacamos a Tula de la jaula,  vaciamos la maravillosa y discreta bolsa que acabábamos de comprar en Angoulema para meter a Tula  en ella, y metimos lo de la bolsa en la jaula. Lo de hablar en plural es una “forma” ya que Angel, completamente impedido del brazo derecho, poco o nada podía colaborar. Cuando fuimos a facturar me preguntó que donde iba a ir la perra y le mostré el bolso a lo que respondió que no era una bolsa “normalizada”, que no estaba permitido. Las bolsas las podría adquirir al otro lado del aeropuerto por unos 150 euros.

Más cabreada que una mona pero sin manifestarlo, volvimos a intercambiar las cosas. No necesitábamos facturar bolso alguno. Les hicimos saber nuestra preocupación por que nuestra compañera no se perdiera y me dijeron que bajara con ella para poderla meter yo misma casi en el avión. Así que, cogí las dos mochilas y la bolsa, junto con mi bolso y a la perra bajo el brazo y a correr cargada de "bultos" siguiendo a la azafata. Pasamos por extraños sitios con detectores diversos hasta llegar a la pista donde me dijeron que metiera a Tula de nuevo en su jaula . Un joven que ya estaba allí, la llevaría al avión. De regreso eran ya las 18,00 horas y corriendo me dirigí a la zona de embarque. Cola. Me la salté y al pasar por los detectores me pidieron que abriera una de las bolsas. ¡madre mía! ¡Si había hasta un recipiente de pienso de Tula!. Lo tendría que dejar todo a la vista del público… Creí que buscaban la extraña caja fuerte de la autocaravana, pero no, era el bote de la espuma del pelo, que tiraron inmediatamente porque “is forbiden” para después pasarme a una señora que me cacheó. Me habían visto cara de sospechosa. Bajé corriendo y allí esperaban ya un poco más de media docena de pasajeros que volaríamos en un avión de air-nostrum que según Angel acababa de aterrizar. Vimos como Tula subía en su jaula hacia la bodega de nuestro avión. Bueno, por lo menos iba allí y no aparecería en el aeropuerto de cualquier otra ciudad.

Volamos en clase preferente. Una cortinilla nos separaba del resto del pasaje. Pronto el tono verde del territorio francés comenzó a tornarse en el  predominante amarillo y marrón de las tierras áridas de la Península para aterrizar 95 minutos después de nuestro despegue en el aeropuerto de Madrid-Barajas.

Pero aún no había terminado todo. Teníamos que ir a buscar a nuestra compañera Tula. Preguntamos,  “cinta número tal”,  vamos, ahí nada, pregunta de nuevo, “los perros no salen por las cintas, tienen que preguntar en ese mostrador”…el mostrador al otro lado de la casi siempre desolada terminarl 4, aligeramos el paso, yo empujando el carro con los bultos incalificables… En ese mostrador, nos envían a otro,  en otra esquina. Por fin llegamos y preguntamos. Nos señalan una caja igual que la nuestra. Respiramos. Aquí está nuestra compañera, pero cuando me acerco a sacarla….¡no es Tula! ¡Es Lolo!. Nos quejamos amargamente al señor del mostrador quien se extraña y sale para comprobar la coincidencia o no de las etiquetas, dudando de la veracidad de nuestra afirmación de que no es nuestra compañera. Angel muy enfadado dice que conocemos perfectamente a nuestra perra, y esa ¡no es! Y termina por afirmar “ya sabía yo que algo iba a pasar!”. Decidimos separarnos, yo buscaría al taxista para que nos esperara ya que llevábamos un buen rato desde el aterrizaje  tras el “rastro de Tula” y Angel se quedaría  esperando, pero a los pocos minutos apareció por el ascensor un señor empujando un carro en el que estaba la jaula con nuestra amiga. ¡por fin! Parece que todo se empezaba a “enderezar”.

A la salida se acercó el conductor que nos esperaba y que nos identificó por nuestra perrita y la jaula y que en un poco más de media hora nos deja a las puertas de nuestra casa donde salen nuestros hijos a los que nos abrazamos fuertemente…

En casa
Como si la casualidad hubiera querido aliarse en estos momentos con nosotros, aparece una pareja de vecinos y nos comentan que a ella la diagnosticaron un cáncer de colon en enero y hasta ahora había estado en tratamiento con quimioterapia  y radioterapia lo que había sido un suplicio. Ahora empezaba a ver el final del túnel. Parece que el destino quería hacernos un “guiño” mostrándonos que había cosas aún peores.

Lo siguiente era acercar a Angel al hospital donde confirmaron el diagnóstico de los médicos franceses, pero no su tratamiento, ya que dijeron que ese tipo de lesiones no se operaban. Recuperaría la funcionalidad y le quedaría una pequeña deformidad en la articulación.

Entramos ya en otra “fase” o ciclo. Yo pude relajarme y mi cuerpo lo notó. El fin de semana estuve ausente, muy sensible, llorona, deprimida y sin ilusión. Deambulaba como un “alma en pena” por la casa, sin ganas de nada. Comencé a comunicárselo a amigos poquito a poco.

Transcurrió una semana de relativa tranquilidad en la que fuimos digiriendo  lo que había ocurrido y me incorporé a mi puesto, entre llamadas de teléfono aquí y allá para salir del estado de desorientación total en que estábamos y el envío de fotografías del siniestro para que quienes saben nos dieran su opinión. Recibimos no solo la ayuda inestimable  y profesional de personal del sector como de roulot, personificado en Francisco y Maria, o de autocaravan car a donde iría a parar lo que quedaba de nuestra autocaravana  y la del personal de Broker-Segur, sino el cariño y el apoyo de todos ellos, sumándose al de nuestros amigos y compañeros que se iban enterando de lo sucedido poco a poco.  Decidí no hacerlo público  en el foro de acpasión, al menos por el momento,  aunque sí fui informando de forma privada a unos y a otros recibiendo de todos ellos el consuelo y el calor de su amistad, aunque fuera en la distancia. A todos, mi eterna gratitud.
Y a partir de aquí, continué relatando los siguientes “capítulos”, como el vaciado completo de la autocaravana cuando llegó repatriada y que tuvimos que hacer en dos días. El último de ellos, cuando ya la habíamos despojado de todo aquello que la  había convertido en un hogar, al echar la vista atrás no pude evitar que los ojos se me inundaran de lágrimas. Ese montón de chatarra que estaba medio abandonado en un rincón había sido mi casa durante muchos veranos, muchas semanas santas, muchos puentes. En ella habían transcurrido momentos muy dulces, habíamos visto crecer y madurar a nuestros hijos, habíamos recorrido más de ochenta mil kilómetros, la mayoría junto a ellos. Habíamos vivido y compartido magia y felicidad.. Era un objeto, sí, pero formaba parte de nosotros, se había metido en nuestra piel, hasta casi formar un vínculo…Hasta Raul, que suele ser frío y objetivo dijo que le daba mucha pena, que le había aportado mucho.

Pero decidí no aburrir ni aburrirme con todos los detalles de lo que ahora a un mes después, se desarrolla a una desesperante cámara lenta. Si bien ha habido una primera valoración que se acercaría a la real, nos faltaría  "aproximarnos" más y en esto ha transcurrido prácticametne todo el tiempo, pero en silencio, sin haber intercambio de información. Todo es desesperantemente lento y poco coincide con lo inicialmente te dicen. Es una lucha, a veces de desgaste, una especie de “carrera de obstáculos” donde los plazos, para la menor de las gestiones se alargan casi hasta el infinito para aquellos que esperamos cualquier pequeña notificación, y no hablo solo  de una decisión. Además, conviene estar pendiente de todo el proceso y de todos aquellos factores que intervienen, buscar y contrastar información. Afortunadamente para nosotros, la autocaravana estaba asegurada por el valor de mercado, es decir, y según nos explicaron, nos tendrían que abonar el importe necesario para comprar una exactamente igual a la nuestra antes del siniestro, lo cual  puede significar que con esta indemnización y un poco más, volvamos a este mundillo que nos tiene atrapados.

Y como prometí, a día 20 de septiembre, cuando han transcurrido 78 días desde el siniestro y 51 desde que hacen una primera oferta, escribo la “primera parte” de este deseado final.

Los ·”restos” se los ha quedado Autocaravan car de Arganda ya que al final llegamos a un acuerdo que mejoró algo la oferta que me hacían desde Allianz y no saben si la van a restaurar. Ya lo han hecho antes con una similar y si así lo deciden, me alegraré de que cual “ave fénix” resurja de sus cenizas como nosotros lo estamos haciendo de las nuestras. Desde aquí les deseo toda la suerte del mundo con ella y les agradezco, una vez más, su trato y su calor.

Con respecto a la indemnización, y en honor a la verdad tengo que decir que no ha sido ahora, sino seis días atrás cuando hemos recibido la oferta final que mejora considerablemente la primera. Gracias a nuestra tenacidad y al trabajo y las gestiones realizadas por el personal de Broker-Segur y de su gerente, Jorge García, podemos comenzar a dibujar un ansiado e inmejorable punto y final de este capítulo. Y también desde estas líneas, gracias a Paula y a Rafael por su trabajo, algunas veces ingrato cuando sus gestiones no dan resultado y sólo obtienen el silencio de la compañía por respuesta y nosotros, sus clientes, les exigimos resultados. El primer gran obstáculo parece salvado y muy a nuestro favor.

El segundo es su cobro que todavía no ha sido efectivo, pero que esperamos pronto, ya que nos permitirá continuar en este mundillo que nos tiene atrapados. Y digo “continuar” porque  al margen de que  nunca nos hemos ido de él, ni siquiera en este duro y largo “paréntesis” -aunque tengo que confesar que durante las primeras horas que siguieron al accidente dudé de que fuera capaz de subirme a otra autocaravana- ya estamos a punto de ser propietarios de otra. Y esto se lo debemos a nuestro amigo Obelix quien nos avisó de que en Comercial Caravaning de Alcorcón había entrado una de segunda mano cuyas características se aproximaban a lo que buscábamos. Y acertó. Gracias amigo y agradecimientos extensivos a  Luis y Alejandro porque  desde el primer momento nos trataron con cariño y nunca, pese a la larga espera, dieron muestras de impaciencia y todo fueron facilidades.

Y me quedan unas breves líneas  abiertas y sin final en las que pueda decir que con el pago recibido –y un poco más- tenemos nuestra autocaravana en casa, que soy capaz de conducirla sin miedo y que hemos tenido suerte con ella.

Como alguien me dijo, hay un “antes” y un “después” al  4 de julio de 2012  y  la perspectiva de muchas cosas cambian, a lo que me gustaría añadir lo que Javier, el camionero español que nos sacó de la autocaravana y que contempló en sentido contrario todo el accidente nos dijo, que teníamos dos fechas de cumpleaños y la segunda, era ésta.

Gracias a los que me habéis sufrido y soportado, a los que me habéis acompañado en este duro viaje, a los que habéis enjugado mis lágrimas, a los que habéis compartido mi tristeza y preocupación, a los que habéis contribuido de una manera u otra a que no pierda mi  ilusión por viajar, a los que desde la distancia me habéis animado con vuestros comentarios a través del foro de acpasión o del blog, o con vuestros correos electrónicos,  o por teléfono; a los que han compartido todo esto de forma más cercana y en su mirada he encontrado cariño y cobijo, a mis amigos, a mis vecinos, a mi familia, gracias a mis lectores por estar aquí…

La Vida no sólo me ha regalado a mí  una segunda oportunidad para seguir disfrutándola, sino también se la  ha regalado a mi marido, mi compañero desde hace 35 años,  para que la compartamos juntos y espero, esperamos,  saber aprovecharla junto a los que nos quieren.

Angeles del Valle.
Boadilla del Monte. Agosto y septiembre del 2012